Definitivamente la sociedad está muerta.
República Dominicana solamente es un sustantivo utilizado para referirse a la
ignorancia, la corrupción, la insalvable proyección de la política partidista.
Los dominicanos son – mejor dicho, somos
- tan conformistas, que nos quedamos callados cuando leemos en el periódico que
hubieron irregularidades de cobro o pago de bienes por servicios brindados, que
el funcionario tal se aumentó a sí mismo el salario (y a sus colaboradores), de
RD$115,000.00 a RD$450,000.00, eso sin hablar de los beneficios de dieta y
compensaciones por servicios prestados fuera del país. Todo el mundo se queda
igual, porque esto es completamente normal.
Con un pueblo muerto no hay nada que
pueda hacerse. Las voces de la oposición, unas apagadas a causa de una
cuantiosa exoneración, y otras en silencio debido a la falta de determinación
de hacer las cosas, han provocado un duelo en la conciencia dominicana. Salimos
de noche y al otro día bromeamos con nuestros compañeros de trabajo acerca del
robo a mano armada de la noche anterior. Decimos cosas como “gracias al Padre
que me dejaron viva. Todo lo otro se recupera, pero la vida no”. “Yo le di todo
al tipo para que ni me viera”. “Otro día y amén… vamo’ arriba!” Todo es tan
normal, que no nos estamos dando cuenta del daño irreversible que le estamos
haciendo a esta sociedad. El daño inconmensurable que nos estamos haciendo a
nosotros mismos.
Voy a un supermercado y solamente
comprando la merienda para mi hijo y las cosas más esenciales provenientes de
las industrias se van casi RD$10,000.00. Hablamos de leche, jugos, galletas,
cereales y nada de una mermelada, dulces, un poco de pescado, bacalao o salmón;
nada de queso manchego (qué rayos es eso?), un vino para pasar un ratito con tu
esposa en casa, un par de zapatillas nuevas para tu hijo…; tengo siglos que no
compro una botella de ketchup, mayonesa o aderezo, y aún sin estas cosas la
cuenta no baja de ese rango. Para poder sobrevivir, hay que hacer recortes
hasta de la diversión: no salidas. Una vez al mes, si la ocasión lo forza y el
presupuesto familiar lo permite.
No sé. Para vivir más o menos sin que
los bancos se mantengan llamando a mi casa tengo que trabajar en dos lugares.
El pluriempleo es extenuante, exigente y prácticamente eterno. Lo peor es lo
que viene con él: menos tiempo con tus hijos, con tu esposa, con tu familia y
tus amigos. Siempre estás ocupado. Siempre estás cansado. No disfrutas bien de
las cosas por las cuales trabajas, y al final te conviertes en una máquina de
hacer dinero, porque no tienes tiempo para otra cosa. Mientras trabajas por tu
familia, te partes el lomo porque tus hijos tengan una educación aceptable, les
compras las cosas que necesitan y les enseñas a hacer las cosas que les
permitirán ser “hombres y mujeres de bien”, te encuentras en un periódico que el
funcionario tal se aumentó el salario y que para el masivo del sector público no se contempló aumento para el próximo año (una cosa que en este sector existen trabajadores que reciben el mismo pago desde el 2010); que la Cámara de Cuentas efectuó una
auditoria que reveló cuantiosas inversiones que no se evidencian, que una libra
de pollo dominicano cuesta alrededor de RD$55.00 en los mercados populares y
hasta a RD$85.00 en un supermercado, que los haitianos se llevan más del 10%
del presupuesto del Ministerio de Salud Pública, que los delincuentes roban,
asesinan, secuestran y hasta confunden los objetivos a eliminar, y otras miles
de situaciones que realmente no acabo de asimilar. Todo esto pasa todos los
días. Nadie se sorprende. Nadie protesta. Estamos muertos.
Muchas de las personas que se encuentran
en condiciones similares a la mía bajan la cabeza y observan el negro y lo
sucio del pavimento, mientras se pregunta hasta cuándo y por qué. Créanme… yo
hago eso muy a menudo. Lo que más me entristece es observar que los dominicanos
no nos quitamos la camisa morada de encima, unos porque no quieren, y la
mayoría porque no puede. Somos una bestia conformista, como dije antes; somos
una chusma arcaica, una chusma y un rumor pendejo que se ahoga en un silencio
ensordecedor que se traga el llanto y la sangre del justo. Somos la búsqueda
incansable de la excusa, del cinismo perenne, del chisme barato y facilón.
Vivimos en una orgía perpetua con el partidismo, con el clientelismo y las
mafias legales, con los inversionistas de viejo y nuevo cuño y con los
indiferentes de nuestro sistema electoral. Los dominicanos estamos alejados de
la realidad, una realidad que está a la vista o a nuestros pies, como el
desierto acuífero de la Presa de Tavera o el efecto de la frontera
transparente. Estamos alejados no porque no la conocemos, sino porque no nos
importa. Ha dejado de importarnos tanto todo esto, que apenas hablamos acerca
de nuestros problemas. Simplemente leemos la prensa escrita (controlada por los
ególatras gobernantes) y comentamos una que otra cosa, dejamos ver una que otra
indignación y muerto enterrado. Otros se dedican a denunciar lo que pasa y son
completamente ignorados, tanto por sus congéneres como por el pueblo a quien le
informan, mientras los precios de los hidrocarburos siguen siendo un dolor de
cabeza para todos y los sindicatos de rutas choferiles populares hacen fiesta
con el dinero de los contribuyentes. Somos la meca de Occidente: todo el mundo
debería venir aquí y apreciar este adefesio de Estado, dar una vuelta por el
Distrito Nacional como si fuera la Kaaba, hacer ejercicios en el gimnasio
público que ha construido el alcalde Salcedo y luego ver la contaminación
provocada por la falta de cultura ambiental del dominicano al dejar tirados en
el piso los recipientes de agua utilizados después de trotar. Sería un espectáculo
memorable ver cómo nosotros mismos nos morimos de vergüenza, de pura
indignación al ver que propiciamos nuestra perdición, con el oportunismo barato
y ruín, la barbarie, el beriberi de nuestras palabras e ideas y con nuestros
actos de supervivencia hipócrita.
Si el morado no fuera el color del luto,
en este país apuesto que el rojo y el blanco harían otro tanto. Total… es solo
cuestión de tiempo.