El silencio dominaba mis iras, mis
ilusiones, mis irrisorias ganas de conversar con el silencio inerte de unas
palabras que no salen de mi boca, pero hay que intentarlo, porque mañana es
otro día, y el día de mañana será diferente al de hoy.
Tengo que escribir porque hablar no puedo,
porque es más sencillo y a la vez más complejo darle contextura a los escritos
eternos de una mente en catarsis desinhibida. Quiero hacerlo porque
definitivamente, a pesar de todas mis inclinaciones y proyecciones vitales y
emocionales, escribir es una de aquellas únicas cosas que me traen esa paz que
el arte vernáculo de la conversación no me puede otorgar.
El día se acaba y mi vitalidad disminuye.
Un hombre cansado, unos principios mancillados por la necesidad, una mentira
suelta entre los dientes incisivos del derecho a vivir con dignidad, y una fe
profunda, pero susceptible, imperfecta, sutil y asustadiza, acompañan las
ansiedades, los sueños, los proyectos y las ideas portentosas de superación y adquisición
de un individuo que sólo desea tener esa cosa que le llaman una mejor
calidad de vida, esa que nos han querido vender entre la inmaculada
Coca-Cola que debes beberte siempre y el “Million” de Paco Rabbane que con su
increible (invencible) aroma deja desnuda y ardiente a cualquier diosa griega.
Pero a pesar de la peculiar fetidez que nos rodea, hay que escribir, para ver
si con un ventilador hecho de imaginación, sufrimiento y sarcasmo, respiro un
poco de aire limpio, puro y honesto, dentro de la pila de valores inocuos e infértiles
con los que debo lidiar a diario.
Así que bienvenid@, o lárguese. Como le de
a usted la gana de decirlo. Lo importante es que usted se sienta como quiera
sentirse, y si esto le sirve para conseguir esa paz que busca, pues enhorabuena.
Si no es así, pues quizá otro día, pero hasta que nosotros queramos, hasta
siempre!
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